
Incluso en etapas de confesado automatismo no sólo es el significante el responsable de la elección de las palabras sino que también participan ciertas intuiciones del significado. Cuando escribo, en el encabezamiento del informe Diagrama (1973) [Cónsul (1987), pág 61],
Son cinco los puntos de la cábala: menarquia, combate, hidropesía, lasitud y acromegalia. Los cinco implican otros conocimientos: manejo de armas, danza, robo de alfiles, monta, remedos varios: bulbul, escorpión, pejesapo.
incorporo la palabra ‘bulbul’ arrastrado por la vorágine léxica y, tras la positiva lectura, no me planteo el porqué de esa decisión ni las posibles consecuencias de la misma: por ejemplo que gracias a ella pueda salvarse la página, y quizá el libro. Treinta y seis años después, el 30 de agosto de 2009, mi amigo el Cónsul General de España en Pau (Francia), José Luis Tapia Vicente, me dice lo siguiente acerca del ejemplar de Cónsul que le había regalado un par de meses antes: “lo he leído, resulta complicado si no estás inmerso en el mundo de la literatura de vanguardia pero me ha gustado que, en el último poema, Diagrama, aparezca el pájaro bulbul: en la India, en Nueva Delhi, una pareja anidó en uno de los dos grandes tiestos, cada uno con una hermosa planta de tronco leñoso, que coloqué a ambos lados de la puerta de entrada, ubicada bajo una amplia marquesina de obra, en mi casa de estilo modernista, propiedad de un rico sindi de apellido Mirchandani; apellido (con el sufijo -ani) que indica su etnia: Sind(i).”