viernes, 27 de marzo de 2009

Fogonazo

No la vi llegar. Apareció de golpe. La melena y la risa, un traje chaqueta negro ceñido al talle que yo tanto amaba, un colgante rozando su pequeño vientre, y su presencia arrolladora. Dijo algo así como “aquí me tienes” y el Callejón del Deán donde se producía el encuentro pareció temblar desde la profundidad de los pasadizos que unían la Catedral con los Palacios de Hielo. De apellido Liest, o quizá Miest, una fórmula ridícula para cualquier otro ser que no fuera ella. ¡Cuánto la quería! Me empujó divertida contra el muro de la Torre de la Cárcel sin saber que al simular ayudarme casi muero de placer. Pasé la mano derecha bajo el jersey de algodón y su carne tibia palpitaba ya a la altura del páncreas. Subimos al 4x4 y en la tercera curva del zigzag de la finca Larbesa, en un campo yermo, abrí con los guantes la bolsa de plástico para verter, sin tocar, los dos barbos muertos. ¿Era tarde para que acudieran? No, ¡qué va!, bajaron tres cuervos y cuatro milanos. Observábamos las aves. Abracé a Tiest por la espalda con mis brazos morenos cerrados sobre sus pechos de ángel mientras ávido besaba su cuello impecable: “sabrás si una mujer es limpia cuando le veas la nuca” sentenció Carmen Labori sentada en el porche de la casa de veraneo de la calle Buena Suerte del pueblo barcelonés de Sardañola allá en el 57’ ante un sobrino Juan de tendencias adelantadas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Respecto de la nuca de las señoras, que gran verdad. Guardo repelusa memoria de una nuca sin aseo aparente, durante el verano del 2003 en Triana.
En aquel lado del rio gocé mucho, pero aquella nube de roña en aquel cuello albo aún se me representa alguna noche de mi soledad actual.

Un lector de 'Niquel'

Ferrer Lerín dijo...

Realmente una mala experiencia, amigo lector.

Istefel devorado dijo...

Y..había hielo, en su nuca, había estaciones, todas, detenidas, secas, los ojos fijos, clavados en la barbárie climática, había huracanes ahí, cielos bamboleantes, llamas que bajaban desde esa inmensa cúpula al charco de los ojos.
No poder dormir ya ahí; no poder llorar ya ahí; no poder machacar los huesos del apartado fantasma.
Envienme cartas, por favor, desde el país turbulento de sus hombros.
Las romperé todas!