Sorprende la concurrencia, en dos relatos de redacción notablemente separada en el tiempo, de elementos aparentemente tan dispares como ‘merienda’, ‘bocadillo, ‘perro” y ‘muerte’. Pero “Senderismo”, publicado por primera vez en el nº 11 de la revista Cuentos para el andén (Madrid, noviembre de 2012), y “Merienda cena”, publicado por primera vez en El Boomeran(g) (noviembre de 2025), lo certifican.
Senderismo
Una de las historias de gran interés oídas durante esta Semana Santa es la de Piturdas y Paco Meriendas. Se trata de una aventura de carretera que se inicia en Rancho Cortesano y acaba en el Mirador de los Conejales Contenidos. A la sazón Piturdas es un caballero de mediana edad cuya mayor virtud consiste en repetir de forma machacona la sentida frase “le ha llegado la hora a los residuos de poda”, mientras que Paco Meriendas se caracteriza por transportar en un triciclo a pedales gran cantidad de sándviches viejos de la bocadillería Rodilla. Parten juntos a hora temprana y llegan sin mayores problemas al lugar de Fuenteheridos mas, a partir de ahí, dejan de soportarse; Meriendas atiborra a Piturdas de sándviches para acallar la atroz cantinela, al tiempo que Piturdas los regurgita para liberar sus órganos foniátricos. Dicen los entendidos que todos los Viernes de Dolores sucede el mismo drama y que manadas de perros asilvestrados hacen su agosto devorando los bocadillos semi digeridos y no recuperados. Sin embargo, esta vez, algo debió de ir mal y cuando el conserje del Museo de la Miel y las Abejas encontró a Meriendas recomponiendo, como en él es habitual, en abierta lucha con los podencos, los sándviches más apreciados, los de mortadela y pepinos, así como los de caviar riojano y mirtilos del Perigord, vio que las suculentas viandas se hallaban diseminadas en torno a un Piturdas callado y cadáver, al que aún se le estremecían las entrañas.
Merienda cena
Raúl pidió Pollo Oriental Bowl, Marcos una hamburguesa Benedict, y yo, más austero, un sándwich de jamón y queso, también llamado mixto o biquini. Tardaron en servir, quizá, pensamos, para que agotáramos las bebidas, que sí llegaron rápidas, tres botellines de agua sin gas y, de este modo, luego, al retrasarse tanto, pediríamos otra ronda; la temperatura ambiente era muy alta. Pronto, diría que al primer bocado, comenzaron los aullidos. ¿Procedían de la cocina? Mas cambiaba el punto de emisión que ahora parecía situarse en la zona de los servicios. ¿O serían dos los perros asilvestrados? ¿O uno en movimiento? Estos locales de la cadena VIPS son grandes, irregulares, con recovecos. Hubo que pedir, claro, más bebida. Se acercó otro camarero, un camarero de rostro alucinado que tembloroso tomó nota en un papel particularmente oscuro. Tardaron de nuevo en servirnos, aunque esta vez fue una camarera, de acento tosiriano, a la que le faltaba un brazo, una amputación que parecía reciente. Los botellines chorreando sangre nos disgustaron y decidimos levantarnos. Como en las películas dejamos un billete sobre la mesa sin preguntar a cuánto ascendían las consumiciones. Sin preguntar, en nuestro caso, ya que a nadie podíamos hacerlo. No se veía a nadie. Con vida.