A mediodía, al volver del campo y dejar el todoterreno en el
garaje, descubro una figura de carácter antropomórfico que, de modo estático,
permanece junto a la puerta del ascensor. No conozco a la persona (o a su
copia) pero al recoger la propaganda de buzoneo veo que lleva en los brazos a
un niño al que sí creo conocer. Salgo a la calle a tirar los papeles en el
contenedor azul y, estando en ese trance, recuerdo, de
golpe, a quién se parece el niño. Se parece a mí, con cuatro años, en una
avenida de Barcelona. Entro de nuevo en el portal. La forma sigue. Intento
arrebatarle el niño. Pero lo tiene asido. Con fuerza hercúlea. Brazos de hierro
o piedra. El niño muerto. Subo a casa. Busco las fotos viejas. Y ahí está él. O
quizá yo. Este que vemos.
Brutal
ResponderEliminarSon dos historias muy diferentes, para dos post.
ResponderEliminarSi se fija, Anónima, el título es Jornada...
ResponderEliminarQué ricura.
ResponderEliminar¿Una estatua como las de Corradini y Sanmartino de las que muestra en su blog?
ResponderEliminarSwedenborg , Emanuel el
ResponderEliminarSalvador della figura de Will
que vela
por nosotros pescadores en
la hora frontal de
nuestro frost más
el leve contacto claro
de las yemas.
Orificios, corrientes de aire.
ResponderEliminarQué delicia.
ResponderEliminarEstos "qué ricura" y "qué delicia" hacen mención al texto o al niño retratado?
ResponderEliminar"Qué ricura" hace mención al encantador infante. Al texto cabría aplicarle calificativos igualmente elogiosos pero de otra índole. De las intenciones del anónimo de la delicia no me hago responsable, pero me inclino a pensar que se refiere a la entrada en su conjunto: texto y foto.
ResponderEliminarUno aclarado, a ver que dice "qué delicia".
ResponderEliminarAsí es, Anónimo de la ricura. Me refería al texto y al pequeño Lerín.
ResponderEliminarPequeño delfín. Zapato sumergido en charco. Mapamundi arbóreo. Huella.Fragmento blanco. Sobre el cartón, fragancia.
ResponderEliminarEl color azul siempre ha propiciado la memoria de la infancia. No entiendo por qué lo han escogido para los contenedores de papel. Deberían servir para conservar, para evocar y no para reciclar: todos como indigentes, con medio cuerpo en su interior, buscando entre el olvido un pedazo que rescatar.
ResponderEliminarHermosa entrada Mr. Amatller
Sr. Ferrer: percibo un retorno al estilo de sus prosas de LA HORA OVAL en el final de este estupendo relato.
ResponderEliminar"Brazos de hierro o piedra. El niño muerto." ¡Sensacional!
ResponderEliminar¡Aúpa Lerín!
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