Sus cartas, padre, me llegaban un par de veces cada año. Yo
estaba lejos, en la universidad, pero usted estaba aún más lejos de mí. Al
inicio, ingenuo, yo abría el sobre con una emoción contenida. Y siempre, sin
falta, hallaba un papel doblado en tres. Un solo papel con el membrete de su
empresa. Mal doblado, por prisa, supongo. Buscando sus palabras, padre,
necesitándolas, lo desdoblaba con ansia. Y como una hoja seca hamaqueándose en
la brisa, lento, el cheque caía hacia el suelo. Yo lo dejaba allí, casi olvidado,
pues lo que realmente me interesaba no era su dinero, padre, sino sus palabras.
Ingenuo, buscaba sus palabras. Y en medio del papel, escrito en tinta negra,
encontraba yo siempre lo mismo: su nombre. Nada más. Sólo su nombre, firmado
con prisa. Una palabra. Sólo una palabra. El padre es un nombre.
Saturno, Eduardo Halfon
Jekyll & Jill, Zaragoza, 2017
Constelaciones Familiares.
ResponderEliminarSeco, cortante Halfón
ResponderEliminarSegún, según...
EliminarPor fortuna continúan existiendo opiniones disonantes entre sí. Los dioses nos las preserven.
EliminarEl típico padre desconocedor del precio del afecto, parece.
ResponderEliminarPadre nuestro que estás en el suelo...
ResponderEliminar¿Tintes kafkianos?
ResponderEliminarYa lo dijo Picasso: Los grandes copian, los genios roban.
ResponderEliminarCierto (pese a la parataxis).
EliminarAbyecto padre, tal vez, pero la aparente estoicidad del If de Kipling huele a chamusquina.
ResponderEliminar"Absalom, Absalom!"
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