Noto que me confunden con un delincuente. Confunden mi
imagen de progre relajado y casual con la de un delincuente tenaz. Las jóvenes madres, camino de la guardería, huyen despavoridas. Los
jubilados, en un descanso del juego de la petanca, se estremecen a la sombra de
un pino carrasqueño. E incluso, las acaloradas y laboriosas amas de casa maldicen su imprevisión al
aparcar el coche demasiado lejos de la puerta de Mercadona. He de hablar con El
Pelucas, mi estilista de cabecera y, quizá, con Presquemir, mi sastre de toda
la vida. He de modificar, cuanto antes, mi apariencia física. Pero mi mente, mis
pensamientos, seguirán siendo, si Dios quiere y lo permite, tan ramplones y sórdidos como lo han sido siempre.
Ingenio y enjundia. A contrarreloj.
ResponderEliminaringenio y enjundia pero en dosis más bajas que en otras intervenciones
ResponderEliminarNos vemos obligados a cambiar el ademán.
ResponderEliminarSaludos
Francesc Cornadó
Acaso pertenezca a la corte de los milagros.
ResponderEliminarredondo
ResponderEliminarLa corte de los milagros suicidas..., señora o señor Anónimo 3.
ResponderEliminarFdo. Anónimo IV