Vuelvo a Estambul. Mañana. Después de treinta años. Como anticipo recibo, de mi amiga rastreadora Milagros Palma, una lacerante fotografía: la testa romana verdosa que hace de basa en una columna de la cisterna bizantina cercana a Topkapi. No sé si la cruel jaqueca que me aflige tras contemplar la imagen procede del aplastamiento secular de esa cabeza o del desconcierto que provocan su colocación no derecha y el violento pastiche del ensamble.
Patch-work milenario, que no milenarista. La argamasa del utilitarismo... Desde luego, a cualquiera le da dolor de cabeza al contemplar ese aprisionamiento, al imaginar ese terrible peso simbólico...; y, perdón, etc.
ResponderEliminarHay que añadir otro sentido: el olfato. Muchos lugares de Estambul, abiertos o cerrados, hieden. Esta cisterna, aunque ahora esté vacía de agua, supera la agresión olfativa de las ciénagas colombianas.
ResponderEliminarUmmm..., las ciénagas colombianas... No sé por qué, al leer la palabra ciénaga he recordado las sugerencias olfativas que puede que existan en algunos poemas de Saint-John-Perse, pero, perdóneme usted, quizá estoy desvariando. Me parece recordar olores sugeridos por esos poemas, conjunción ¿imposible?
ResponderEliminarEstambul queda más cerca-lejos.
Voy a publicar en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia una serie de 9 Necrologías. La nº 6 recoge una alusión gráfica a ese tipo de terrenos inundados.
ResponderEliminarGracias por el dato, mañana leeré esas necrotopologías.
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